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INDAP apoya a artesano de Cabo de Hornos Cristóbal Toro en sus oficios de soguero y tallador en madera
Cristóbal Toro aseguró que la paciencia y la perseverancia son los ingredientes para un trabajo de excelencia durante la visita que realizaron autoridades del agro a su taller, ubicado en el centro de Puerto Williams, a pocas cuadras del Canal Beagle.
La tarde es fría y húmeda en Cabo de Hornos, pero en el taller de Cristóbal Toro (38) el calor de la creatividad se siente en el aire. Sobre una pequeña mesa descansan tiras de cuero, herramientas de metal brillante y virutas de madera de coigüe esparcidas como evidencia de horas de trabajo. En este espacio donde la historia y el oficio se entrelazan, este soguero y artesano en madera da vida a piezas únicas que combinan la tradición de la talabartería y la carpintería patagónica.
Con una maceta en la mano, Cristóbal golpea el cuero sobre un sobador, herramienta fundamental para suavizar la piel animal. Aquí no hay prisas. Cada golpe resuena como un compás marcado, una muestra de la paciencia infinita que requiere transformar un trozo de cuero en un cinturón de alta calidad. “La paciencia y la atención al detalle son esenciales”, explica Cristóbal, mientras su mirada recorre el taller. “Un cinturón puede tomarme varios días para que quede perfecto, pero cuando se hace con dedicación el resultado vale cada segundo invertido”, dice.
Hasta el taller, ubicado a pocas cuadras del canal Beagle, llegaron la seremi de Agricultura, Irene Ramírez, y el director regional de INDAP, Gabriel Zegers. Fascinados por la calidad y la autenticidad de las creaciones de Cristóbal, los visitantes destacaron el valor cultural de sus oficios. “La artesanía de Cabo de Hornos, con su talabartería, soguería y trabajo en madera, trasciende fronteras al constituirse en un verdadero lujo cultural y patrimonial. No solo representa una expresión artística ligada a la historia y las tradiciones de uno de los territorios más australes y desafiantes del planeta, sino que también encierra saberes ancestrales que son parte esencial del patrimonio inmaterial de la región”, expresó Ramírez.
Zegers, por su parte, hizo hincapié en la importancia de preservar estos oficios: “Su calidad o hechura, como dicen en el campo, es reflejo del trabajo meticuloso y retoño a su vez del cultivo de las relaciones con los grandes maestros sogueros de la Patagonia. Conmueve el profundo sentido que se observa en los detalles de su obra y el valor de uso para las labores del campo y la crianza de animales. Es un honor para nosotros, a través del Programa de Desarrollo Local (Prodesal) y del municipio, servir de apoyo al proyecto de Cristóbal".
La conexión de Cristóbal con los materiales que trabaja es casi espiritual. De su padre, un contratista con habilidad para la carpintería, heredó el amor por la madera. Sin embargo, su pasión por la soguería y la artesanía en cuero surgió de su deseo de crear con las manos, de dejar un legado tangible en una tierra que es tan agreste como bella. Las maderas de lenga y coigüe son sus favoritas, pero deben estar secas y tener entre 10 y 12 por ciento de humedad. “Si no, se deforman con el tiempo”, asegura mientras palpa una tabla con destreza y sentencia una futura obra.
El cuero es otra historia. Conseguirlo en Cabo de Hornos no es tarea fácil. A veces, amigos le regalan pieles, pero Cristóbal prefiere los cueros de animales desangrados, porque los otros son más difíciles de trabajar. Los mortecinos, explica, conservan la sangre y endurecen la piel, complicando el proceso. “Todo debe empezar bien para que el resultado sea perfecto”, comenta.
No todo ha sido fácil en su camino. Las herramientas necesarias para su arte, como sierras circulares y cepillos eléctricos, son difíciles de conseguir en este rincón del mundo. Es ahí donde INDAP ha jugado un papel crucial. “Gracias a ellos me gané un proyecto que me proporcionó máquinas esenciales”, reconoce con una sonrisa agradecida. Estas herramientas han transformado su trabajo, permitiéndole elevar la calidad de sus creaciones y hacerlas más accesibles al público. Sin ese apoyo, dice, muchas de sus obras no hubieran sido posibles.
La obra de Cristóbal se vende en Puerto Williams y Punta Arenas. Sus clientes lo buscan, atraídos por la calidad y el detalle de cada pieza. “Un cinturón sencillo cuesta 25 mil pesos, pero uno trabajado con detalles alcanza los 40 mil”, explica. Sin embargo, su dedicación va más allá de la simple transacción económica. Sus productos son testigos de una tradición viva, de un arte que no cede ante la modernidad.
En redes sociales, Cristóbal ha encontrado una ventana al mundo. En su cuenta de Instagram, Artesanías Toro Cueros y Tablas, comparte las historias detrás de cada creación, desde las tablas de picoteo talladas con amor hasta los letreros de madera que adornan hogares patagónicos. Sus seguidores no solo aprecian sus obras, también entienden el valor de la paciencia y la atención al detalle que él pone en cada una.
Cristóbal Toro es un artesano y un guardián de oficios ancestrales, un creador que mantiene viva la esencia de la vida en Cabo de Hornos, donde cada pieza lleva consigo la identidad y el alma de la Patagonia.
“Faros agroecológicos”: una escuela para producir alimentos sin agroquímicos y adaptarse al cambio climático
El Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) impulsa la creación de predios demostrativos que sean un ejemplo para su entorno. Durante 2025 se espera contar con 4 de estos faros por cada región, pero La Araucanía tomó la delantera y ya tiene 88. ¿Por qué? Su agricultura a pequeña escala y las prácticas ancestrales son parte de la explicación.
En 2015, después de trabajar en una empresa exportadora de arándanos, primero convencional y luego orgánica, la ingeniera agrícola Georgina Toro (43) se volcó a cultivar, sin agroquímicos y con manejos agroecológicos, hortalizas de innovación como acelgas de colores, mizuna y kale, ajo chilote, papa, trigo y berries. Y no solo eso: el año pasado abrió su predio de 7,8 hectáreas, ubicado en la comuna de Vilcún, región de La Araucanía, a otros agricultores de la zona, para compartir con ellos sus experiencias, conocimientos y prácticas amigables con el medioambiente.
Por estas razones su campo es denominado hoy un “faro agroecológico”, un espacio demostrativo y educativo que va iluminando a otros agricultores de su mismo territorio para producir alimentos saludables y adaptarse a los efectos del cambio climático, un modelo que el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) quiere promover a nivel nacional para ir avanzando hacia una agricultura más sostenible y resiliente.
Georgina Toro dice que siempre tuvo interés por la agroecología, por cultivar sin químicos, “porque me tocó trabajar con plaguicidas y sé lo que pueden producir, sus efectos dañinos en la salud de la gente y en los ecosistemas: el agua, los suelos, la biodiversidad”. Y agrega que esta forma de hacer agricultura además es económicamente viable y socialmente justa.
“Yo partí sola, en forma independiente, pero luego me hice usuaria de INDAP, que me ha apoyado en este camino y que me designó como un faro por mi forma de trabajar, lo que me ha permitido compartir manejos prediales y tips con otros agricultores, de quienes también he aprendido mucho. Es una experiencia muy gratificante”, asegura.
Sobre las prácticas que comparte, dice que “son de manejo de suelo, cómo planto y voy utilizando la materia orgánica; la fabricación y uso de biofertilizantes, como té de guano y humus; corredores biológicos y plantas repelentes para el control de las plagas y enfermedades. Esto permite ahorrar tiempo, insumos y mano de obra, además de aumentar la producción, ya que mejora la estructura del suelo y la fertilidad de las plantas”.
Desde que se convirtió en “faro agroecológico”, Georgina Toro ha recibido más de 300 agricultores en su predio –comitivas municipales y de consultoras–, a quienes también brinda almuerzo durante la jornada de campo.
Santiago Rojas, director nacional de INDAP, afirma que casos como el de Georgina Toro se espera replicar a nivel nacional una vez que finalice el primer ciclo del Programa Transición a la Agricultura Sostenible (TAS), que se creó el año pasado y donde participa un millar de agricultores, de 2.700 que postularon online: “La idea es tener 4 faros escuelas por región a partir de julio de 2025. No van a ser full agroecológicos, pero sí unidades demostrativas ejemplares para su entorno, con un ecosistema similar, para transitar hacia una producción más sustentable”.
Agrega que para INDAP lo importante de los faros es que los agricultores tengan referencias y vean que sus vecinos avanzan; que el uso de bioinsumos, compostaje y lombricultura tienen impactos positivos, permiten reducir costos y mejoran la producción; que se den cuenta de lo peligrosos que son los agroquímicos; que mediante estas prácticas mejora el entorno social, la vida comunitaria”.
Una región que ilumina
En este tránsito, Rojas separa el caso de La Araucanía, que lidera la creación de faros con un total de 88. Esto se explica –dice– por varios factores: Es la región con más usuarios de INDAP; tiene una agricultura a pequeña escala, a diferencia de otras regiones donde esta es más extensiva; hay agricultores que ya son agroecológicos y se les está potenciando; existen prácticas ancestrales de cuidado de la naturaleza que están arraigadas, y “todos están remando para el mismo lado”.
De lo anterior da fe Patricio Camoglino, encargado de Agroecología de INDAP Araucanía, quien dice que en la región no están construyendo faros, sino que develando predios que ya son ejemplo de buen suelo, de alta biodiversidad y de prácticas que aportan a la diversificación, la productividad y la resiliencia, que no son pocos. “Son ejemplos muy locales, con prácticas muy locales, y que se están convirtiendo en espacios de acciones formativas”, apunta.
“Ya tenemos una masa crítica para de aquí a dos años contar con una red de faros y claridades para rediseñar predios e implementar prácticas agroecológicas de transición o adaptación al cambio climático. Ha sido bonito identificar a gente de INDAP que se formó en agroecología en los 80, a extensionistas jóvenes que quieren trabajar en producción sostenible y a señoras que tienen la cultura de la huerta campesina”, dice.
Entre estos faros escuelas de conocimiento también está Iván Galindo, quien luego de trabajar en tapicería en Santiago se trasladó hace 7 años a la zona cordillerana de Purén, donde hoy tiene un huerto agroecológico en el que ha producido hasta 126 tipos de hortalizas en una temporada. En su predio también realiza agroturismo y da charlas sobre sus técnicas de cultivo con cero labranza y uso de guano y mulch, además de venta de semillas, verduras y gastronomía de la zona.
“Yo todo lo he aprendido en YouTube y lo he ido adaptando a mi realidad. Algunas cosas fracasaron y otras dieron buenos resultados. A partir de ahora comenzaré a recibir a agricultores y les mostraré lo que he logrado. Mi eslogan es observar la naturaleza y aplicar sus enseñanzas a pequeña escala”, dice el agricultor.
Santiago Rojas señala que en este tránsito hacia una agricultura más sostenible aún falta mucho: “Antes que como Gobierno incorporáramos el tema de la sostenibilidad en la práctica real de INDAP la única información disponible era una línea base de 2015, según la cual el 2% de los usuarios decía que tenía prácticas sustentables, pero partimos y el impacto ha sido grande, y se refleja, por ejemplo, en la creación de la Red Nacional de Sustentabilidad y en el gran interés y orgullo por participar en el TAS”.