Patagonia chilena: Arquitectura pionera y productiva

Autor: Indap

Magallanes
Cada espacio cerrado fue perfectamente organizado para dar vida al mundo productivo y autónomo.  Cascos, galpones, garajes, pesebreras, viviendas siempre quedaron dispuestos hacia la caza del sol y para evitar los vientos frontales. En muchos casos, hoy reviven sus tradiciones gracias al turismo rural. 
 
A ratos todo cobra un tono amarillo: el coirón, el guanaco, las plumas del ñandú, el atardecer, el viento que levanta telas casi invisibles sobre el paisaje.
Así, la ruta por las estancias va salpicada de laberínticas arterias que llevan gas, letreros perdidos que advierten de explosivos, casamatas desperdigadas desde el año 1978 por la guerra que no fue. 

En la Patagonia chilena la muerte está flotando. Son más de 132 mil kilómetros cuadrados de soledad encerrados en alambre. 

“Las estancias integran el paisaje de la Patagonia y por sí sola aportan una belleza que encandila al visitante.  Y hoy, en muchos casos son espacios en que se practica el turismo rural, recogiendo y preservan a partir del turismo, tradiciones y costumbres pretéritas”, explica Víctor Vargas, director regional de INDAP.

Asegura que “adicionalmente la inquieta luz y el cielo que parece más grande en esta zona por la cordillera que asoma desperdigada en gran parte del territorio, suma un interés que hace que cada imagen sea única e irrepetible”.  

Estas historias mínimas dan cuenta de un pasado de cooperación colectiva, en una zona donde la geografía y las condiciones climáticas adversas contextualizan los modos de vida y la organización. 

En la actualidad sólo la Cooperativa Cacique Mulato, en Laguna Blanca, mantiene viva esa tradición ganadera de apoyo organizado que viene de la época de la Reforma Agraria.  
Estas expresiones de organización campesina nacen de manera espontánea en la zona austral, impulsadas por los grupos fundacionales que hacen ocupación del territorio, a partir del año 1843 y se consolidan en 1893, con la llegada de pioneros y capitales foráneos.

Más reciente, la Cooperativa de Campo de Hielo de Puerto Natales, la única agrupación hortofrutícola de la zona, y la más austral del país. En toda la región, las estancias son autónomas, comparables a las pequeñas polis griegas por su capacidad de autonomía. 

Desde un primer momento el diálogo inteligente entre la arquitectura y el paisaje, quedó expresado en la funcionalidad y sencillez de las construcciones. 

Cada espacio cerrado fue perfectamente organizado para dar vida al mundo productivo y autónomo.  Cascos, galpones, garajes, pesebreras, viviendas siempre quedaron dispuestos hacia la caza del sol y para evitar los vientos frontales.

Muchas contaron con pequeños puertos; hubo otros más grandes como el muelle de San Gregorio que sacó su producción lanar de manera directa hacia Londres y Buenos Aires.

Cada vivienda tenía su rol y estaba orientada acorde al espacio y al tiempo de funcionamiento, con estratificaciones laborales claras.  De esta forma, la casa del administrador tenía una vista de dominio, un lugar de poder desde donde controlar el funcionamiento general del asentamiento, proyectando así una imagen de autoridad y respeto.  Luego venían las viviendas de empleados y más abajo las que ocupaban los oficinistas.  La de los obreros permanentes, se ubicaron cerca del galpón de esquila. 

De todos, el asentamiento ganadero más grande que existió en toda la región fue la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego que logró un concentración de tierra que superó las 3 millones de hectáreas, entre los años 1893 y 1973, cuando la Reforma Agraria puso fin a su extinción legal.

En toda la región de Magallanes, existen estancias que formaron parte de ese núcleo ganadero y agrícola que forman parte del patrimonio industrial de la zona austral de Chile.

Las primeras ovejas 

La historia pastoril comienza en 1876, con la llegada de 300 ovejas de las Islas Malvinas a Magallanes. El éxito fue tal que al año siguiente se compraron nuevas partidas de ganado lanar estableciéndose en diferentes sectores de las costas patagónicas: Estrecho de Magallanes, mar de Otway y canal Fitz Roy, aprovechando así los campos entregados por la autoridad colonial.

En todas las operaciones se contrató personal para satisfacer todas las necesidades, trayendo en el caso de Tierra del Fuego a ovejeros de Escocia, Nueva Zelandia, Malvinas, y operarios especializados que ayudaron en la construcción de las instalaciones.

Desde entonces, las estancias se ramificaron por toda la Patagonia. De ahí que el paisaje del territorio queda incompleto sin la extensión y la propuesta arquitectónica de las construcciones. 

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