Facilitadora intercultural Lidia Flores: “Mis médicos siempre fueron mis abuelos”

Autor: Indap

Nacional

Lidia Flores es artesana y asistente de párvulos, pero desde hace cuatro años trabaja como facilitadora intercultural en el Centro de Salud Familiar (Cesfam) Nº 1 de Santiago, donde brinda orientación y receta yerbas medicinales a quienes buscan en la salud aymara un remedio para sus males.

Sus conocimientos sorprenden: Raíz de maca y caldo de cabeza de cordero para la potencia sexual, baños de ruda, romero y retama para el bienestar personal, palo santo para limpiar el hogar de malas energías, dormir con un cuye para eliminar miomas y cálculos, manteos en un aguayo (manta) para alinear el cuerpo y enderezar a un bebé que viene en mala posición, manzanilla caliente para apresurar el parto y, por supuesto, el poder sagrado, en hojas o té, de la coca, que es la medicina, el alimento y la conductora de su pueblo, ya que responde todas sus preguntas vitales.

Nacida y criada en Arica, pero con la mayoría de su familia en Chilluma, en la comuna de General Lagos, donde pasaba fiestas y ceremonias, Lidia es la mayor de ocho hermanos y la primera vez que viajó a Santiago fue para vender fibra de alpaca. Hace diez años se radicó en la capital, donde colabora con cuatro organizaciones aymaras, pero lo suyo -dice- es la medicina: “Me encanta, porque puedo ayudar a muchas personas y se crea una relación de amistad en el consultorio”.

Cuenta que con sus hermanos nunca debieron ir a un hospital, porque sus médicos siempre fueron sus abuelos: “Ellos nos daban yerbas y hacían ceremonias en la casa para sanarnos de cualquier enfermedad. Nos enseñaron a respetar a todos los seres vivos, al agua, a la tierra, a los cerros; a pedirles permiso y a despedirnos de ellos para no enfermarnos, ya que hay males físicos, mentales y de la naturaleza”.

“Una vez nos llenamos de granos en todo el cuerpo. Pensaron que era sarampión, pero mi abuelo tiró la coca y dijo que era un agarrado de tierra. Nos llevó a la playa donde habíamos estado jugando, hizo una ceremonia y nos sanamos”, recuerda. También aprendió a decir “boca chueca” cuando alguien hacía un mal augurio y a escupir si algún mal deseo escapaba de sus labios.

Lidia sabe que tiene muchos dones especiales y cuenta que los heredó de su abuela en un sueño: “Eran para mi madre, pero ella no los quiso aceptar y lo hice yo. Al despertar, sentí los poderes y fui aprendiendo a responder preguntas y hacer diagnósticos. La primera vez que tiré la coca fue para saber si mi padre iba a llegar pronto a casa o se iba a demorar. Después comencé a atender a otras personas, que a cambio me daban papas o gallinas. Yo nunca he cobrado por esto, lo hago para ayudar. Hay gente que cobra por todo y desprestigia a los pueblos indígenas”.

Cuenta que una vez una doctora la recriminó por ingresar un cuye a un hospital y le dijo que estaba contra el sacrificio de animales: “Yo le respondí que para fabricar las pastillas que ella recetaba se mataba a muchos más roedores como el cuye en los laboratorios”.

Lidia dice que lo que más le toca ver hoy son afecciones musculares, pulmonares y óseas, como la artrosis, además de depresiones, agotamientos y trastornos del ánimo provocados, según afirma, por las envidias y los malos pensamientos. ¿Cómo saberlo? Dice que “cuando uno está mal, la coca sabe mucho más amarga”.